MAS LUZ, LIDIA BENAVIDES. David Ackerman, 2016
Los colores son las acciones y los padecimientos de la luz.
J. W. Goethe.
El último recorrido en la obra de Lidia Benavides indaga en la dimensión y cualidad moral de la luz, solicitando la atenta escucha de nuestra mirada y el compromiso personal con el placer de la introspección. Hay una experiencia más mental que física ante sus últimas fotografías. Su fisicidad nos conduce hacia una experiencia de la pintura hecha de luz y cuya sustancia procede de la idea de luz.
Quizá estas obras representen lo que sentimos ante la historia de la pintura de intención y alcance más incorpóreo, más mental. Ante ellas, nos parecería estar ante lo mas próximo a lo que sentimos dentro de algunas ideas rothkianas, “El sentimiento de auto trascendencia es provocado por la inmediata e inundante cualidad que el color posee en Rothko” -decía Irving Sandler-(1), mas tarde manifestadas a través de esa vibración de la ausencia que muestran las pinturas blancas de Robert Ryman, y que, como el mismo artista contaba, persiguen: “una experiencia de iluminación. Una experiencia de deleite, de bienestar y justeza. Es como escuchar música y sentirse de algún modo colmado”(2)
La física aquí se contradice. Ante el encuentro del rojo y el rojo-anaranjado, correlato de la corde do-do#, experimentamos la mayor de las disonancias. Aquí, lo mas cercano, produce al chocar su efecto mas ruidoso, extraño y disonante. Y es entonces, tal y como decía JuanEduardo Cirlot, el poder de la disonancia del color nos procura el acceso a un mundo de pura iluminación interior.
La inmersión temporal de nuestra mirada en esta obras de Lidia Benavides da lugar al movimiento y aparición de fenómenos de “luz clara”, de abismamiento espacio temporal al vacío, de rumor blanco, interior, encontrando que aquello que percibimos desde el exterior se transmuta en sustancia interior. Dimensión espiritual de lo físico.Todo esto podría parecer pura ilusión, mera evasión, irracional, desentendida de la realidad del hombre a quien se debe. Y sin embargo, desde la observación científica más audaz, Goethe dudaba de las ilusiones ópticas pues a su juicio, éstas no existen ya que “La ilusión óptica es la verdad óptica”(3).
¿Cuándo comprendemos que el helado rosáceo comienza a descongelarse en un lejano magenta donde vibran las sombras del zumo de una lima? ¿en qué momento decidimos que el pálido dulzor de un gris violeta transforma en terciopelo seco la temperatura del coágulo de cian, una luz de cadmio, y el ocaso de la ceniza caoba extinguiéndose? ¿Cómo es posible que no podamos retener la danza aleatoria de líquenes húmedos con el flujo áspero de brotes púrpura y repentinas explosiones doradas formadas en el interior de lacre incandescente? Lo decide nuestra formación, nuestra estructura moral, nuestra cimentación ética. Son conclusiones instantáneas, son el motivo de nuestra emoción al sorprendernos mirando y descubriendo esta verdad. ¿Quién nos va a convencer de lo contrario si lo estamos viendo “con nuestros propios ojos”?.
Es la construcción y armazón de nuestra estructura ética y emocional la que da vida a los colores desde la dimensión activa de la mirada y la comprensión del color. Esta dimensión activa es la que todavía nos impele al arte, a la interpretación de la naturaleza y al discurso estético en todas sus cualidades. Es el compromiso ético de la estética quien puede salvar al hombre de la ignorancia y la mediocridad que avanza, es el individuo únicamente en su dimensión moral y estética quien salva al mundo y proyecta su conclusión política: construye individuos elevados y encontrarás éxito social.
David Ackerman Madrid, 12 de octubre 2016
(1) Irving Sandler: El triunfo de la pintura norteamericana. Alianza, Madrid: 1996.
(2) citado por María de Corral en Robert Ryman, MNCARS. Madrid: 1993.
(3) Arthur Zajonc: Capturar la luz. Atalanta. Gerona: 2015