Clear light of emptiness

2014 series

Hace ahora catorce años que escribí por primera vez sobre Lidia Benavides y su magnética fascinación con la luz. Muchas cosas han cambiado en su trabajo, habiéndose enriquecido y abierto a perspectivas y opciones casi inimaginables entonces, pero aquel encantamiento permanece incólume, sino convertido ya en hechizo.
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SERES DE LUZ. Por Mariano Navarro

 

Hace ahora catorce años que escribí por primera vez sobre Lidia Benavides y su magnética fascinación con la luz. Muchas cosas han cambiado en su trabajo, habiéndose enriquecido y abierto a perspectivas y opciones casi inimaginables entonces, pero aquel encantamiento permanece incólume, sino convertido ya en hechizo.

De su estudio-laboratorio han surgido series y proyectos que indagan experimental y experiencialmente en los aspectos plásticos derivados de la luz y los fenómenos de refracción, propagación, difracción, interferencia, reflexión y polarización, así como los que dependen de su intensidad, dirección, color y calidad. Proyectos que van más allá de sus inequívocos hallazgos formales y de la belleza de sus realizaciones –un extraordinario, ancho e inventivo repertorio cromático y una casi aérea transparencia de sus figuras– para alcanzar la formulación de cierta filosofía y creencia de nuestro modo de existencia y de la verdadera naturaleza de nuestras percepciones. Un método de observación que es a la vez un modo de concentrar sus reflexiones en torno al ser.

Entre las características que cabe reseñar de su labor destacan su preferencia por el soporte fotográfico y el video, especialmente el primero, así como su presentación en cajas de luz; más relevante me parece su voluntaria limitación instrumental, que la lleva a servirse bien de una simple hoja de papel blanco, del agua, de algunos cristales y lentes o, como en las obras que nos ocupan ahora, de una esfera transparente e incolora; de la misma importancia es su renuncia –salvo en algunas obras últimas, de 2010 y 2011– a la más mínima manipulación de la imagen obtenida de la realidad, lo que vemos, por asombroso que resulte está ahí, no es fruto de una distorsión, sino de una eficaz alerta a nuestra mirada.

Un momento decisivo en su andadura reciente tuvo lugar en 2007 cuándo en su deseo de ampliar el arco de sus expectativas dio el paso que separaba la sola captación de efectos producidos por la luz proyectada al estudio de las consecuencias del hecho de recibir la luz, en nuestro caso la luz solar.

La visita reiterada a la Plataforma solar de Almería, la primera y la más importante de las pocas existentes en Europa, le permitió conocer algunas de las investigaciones desarrolladas por el centro y ver el funcionamiento de los helióstatos –los espejos móviles que siguen la derrota del sol y concentran sus rayos en un solo punto diminuto de su superficie–, y del horno solar –constituido por cierto número de helióstatos que llegan a alcanzar en su punto focal los 3.500 grados centígrados de temperatura–, así como sus aplicaciones domésticas e industriales.

Surgió entonces la serie The sun oven, que en fotografías, cajas de luz y video asumían las diferentes vías de representación de los fascinantes artilugios e instrumentos científicos, especialmente la impresionante torre de concentración solar, así como los fenómenos visuales generados por la incidencia de la luz solar en la superficie de plata de los espejos.

Personalmente, las composiciones en polípticos irregulares a modo de mosaicos bien de fotografías, bien de videostills que recogen el áureo reflejo del sol en los concentradores parabólicos y mediante los que Lidia construye una imagen tan cierta como improbable, pero en cualquier caso fascinadora, de las potencias de la luz, me parecieron entonces, y me lo siguen pareciendo hoy, de las obras más ambiciosas y subyugantes de toda su producción.

Ese mismo año de 2007 comenzó su colaboración con la galería berlinesa Vierter Stock, que se concretaría, cuatro años más tarde, en una estancia en Berlín, en la que Benavides visitó distintas instalaciones solares, muchas de ellas caseras, con las que realizó una serie fotográfica –excepcionalmente tratada cromáticamente por medios digitales–, Berlin Solar Energy Production, en la que transforma la opción energética por la luz solar en un himno multicolor a la alegría.

El siguiente paso, zanjado de manera completamente natural, fue añadir a la atención prestada a los efectos y fenómenos generados por la luz y a la luz como fuente de energía, el doble juego de la luz como materia para entender el universo y de la luz como elemento mensurador del tiempo de ese mismo universo, al laboratorio propio y a las instalaciones fotosolares, añadió pues los observatorios astronómicos.

El primero, cuyos trabajos iniciales comenzaron en 2010, tuvo como referencia el Instituto Astrofísico de Canarias y las instalaciones en Roque de los Muchachos en la Isla de la Palma. Allí, atraída una vez más tanto por las propias máquinas en sí, especialmente los telescopios gigantes, los MAGIC (Major Atmospherique Gamma Imagins Cherenkov Telescope) y las captaciones de rayos gamma producidos por fenómenos como la aparición de supernovas, que dan nombre a la serie de fotografías, video y composición sonora (con Miguel Álvarez Fernández), Gamma, vino a dar con una analogía que era a la vez una paradoja. De algún modo, todo lo que existe y lo que ya fue se representa al mismo tiempo, e incluso puede que acontezcan cosas distintas en universos diferentes y que, de algún modo, puedan ser captadas de una sola vez en los dos sitios que ocupan.

De ahí surgió la fotoinstalación Gamma, Lidia Benavides integró en una fotografía los treinta círculos que componen la base receptora de un telescopio Chernekov y la radiación gamma recibida en un momento preciso. Receptor y mensaje en una sola visión compuesta.

Ese fue el germen inmediato de su proyecto más reciente. Luz clara de la vacuidad ha sido realizada en el estudio, y tiene, sin embargo, la ambición de surcar el universo. La propia artista remonta el origen de está serie fotográfica a ciertas experiencias realizadas con esferas hace más una década y que depararon entonces piezas flotantes, como la fotoinstalación Invisible, 2004 –compuesta por 22 fotografías de otras tantas esferas, de distintos diámetros, que conformaban un mágico espacio de luminosidad y vacío, de luces y sombras– u otras que, como su título,  Infra-leve, daba a pensar, eran de tal “delgadez” imaginaria que las equiparaban a la infinita ligereza de los 50cc del aire de París que Marcel Duchamp regaló a Walter Arensberg.

En estas obras últimas, que se diría que fuesen de un cielo perlino en la incierta hora del alba, aparentemente apenas si hay nada que no sea la nada misma o, dicho de otro modo, se constituyen solo mediante el casi imperceptible roce de la luz sobre la comba superficie transparente de la esfera.

De un modo quizás lateral, pero cierto, también hay algunos antecedentes en la risueña y alborozada serie Ventura, de 2005, cuyo elemento formal reflectante es una esfera de cristal ornada de cambiantes y alegres colores de fondo o de uno solo, monocromo y dorado. Un modo singular de integrar vida personal y obra, que tenía continuidad en otra de título maternal, Galactóforo.

Posteriormente, en 2009, en su colaboración para un proyecto colectivo, realizaría The Weightnessless Solaris Library, en la que, por así decirlo, encerraría la enorme biblioteca del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía en el interior de una bola de cristal y extraería de los cristales de su lámpara central una primera visión de un espacio vacío, neutro, translúcido y fluido. “Centré mi atención en la biblioteca del Museo por su lámpara gigante de cristal, por sus libros iluminados, como espacio para la meditación, la reflexión, el conocimiento, y en las calidades y temperaturas de su luz como metáfora de la luz de la conciencia. A través de la visión que me permitía la lente esférica, tuve el deseo de flotar en ese espacio para poder sentir y contemplar los 360 grados del lugar, un espacio interior con fuentes infinitas de conocimiento”, atestiguaría la artista.

Seis piezas, montadas en cajas de luz, son las componentes de Luz clara de la vacuidad, que Lidia Benavides describe de manera tanto científica como filosófica: “La vacuidad no es la nada, sino la naturaleza real de los fenómenos explica el budismo, el taoísmo y la física cuántica. Según la astrofísica en el origen no había nada, sólo un vacío infinito y una gran esfera de gases y energía explotó generando el universo cambiante en constante expansión. Se crearon así las galaxias y astros como las estrellas que poseen luz propia. Retomando las esencias del origen se manifiestan la luz y el espacio como elementos primordiales, como los elementos únicos que sostienen las formas de las fotografías que se presentan. Retornando a la idea del infraleve y a cómo se muestra la luz en el espacio, explorando la aparición y desaparición de las formas sostenidas por la luz como única sustancia revelada en la imagen fotográfica”.

Dispuestas las cajas de luz en la semipenumbra de la sala de exposiciones intuyo que generan una atmósfera semejante, aunque no hermana, a la que se desprende de algunas de las piezas de James Turrell o del muy admirado por Lidia Benavides, Doug Wheeler. En su caso no es tanto habitar en el seno del color hasta saturarse y generar modificaciones en la visión, como crear un aire neutro, un interior etéreo y celeste, inmóvil y, sin embargo, variable, en el que emergen, cual si fuesen apariciones inesperadas, efectos de transparencia y luminiscencia.

De algún modo establecen una física de lo inefable, así como las leyes ópticas que permiten que veamos lo maravilloso inexpresable. Recientemente, Félix de Azúa despedía al escritor fallecido Gabriel García Márquez, con la certeza de que “[Gabo] sabe ahora cómo es el alma invisible del hielo”. En nuestro caso nos asomamos creo a contemplar el alma invisible de la luz.

Shuniata nos muestra el poblado vacío en el que acaece la visión de lo otro que propician la esfera de cristal y la luz incidente. En Akhasa hilos de resplandor tejen su malla de luz contra el lienzo abierto del espacio. En Aham descubrimos una perfecta circunferencia-ojo que otea las apariciones de los fantasmas de la densidad y del color; hay algo solar y contenido, que late, a la vez, a sus espaldas. Soham es un cuerpo esférico atravesado por rayos cromáticos y hacia el que se dirige, flotante, otro cuerpo cornilíneo y compacto, precedido a su vez por el fulgor en red. Con Parasamgate descubrimos que en el seno de luz habitan realidades que únicamente se hacen visibles en su confrontación y roce con la luminaria que llega de otras fuentes; cierta conciencia de que sólo accedemos al conocimiento de lo que sucede gracias a la revelación de lo que desatendemos o que permanece invisible a nuestros ojos; aquí se evidencia un límite, una frontera que es, a la vez, centelleo proveniente de un ser de otro lugar. Por último, Ananda nos muestra aperturas de risueño fulgor en un universo aparentemente regular e impasible.

En su Diario personal, en fecha tan lejana como la del 18 de noviembre de 1972, Ignacio Gómez de Liaño se preguntaba, “Previsión de una vida cósmica. ¿El mundo no sería la proyección cinematográfica de la luz en el vacío? ¿Y los seres de luz, cómo serían?”. Hay aquí un atisbo de respuesta.

 

Mariano Navarro

Mayo de 2014

 

 

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